domingo, 8 de enero de 2017

Transnacionalismo y Fenianismo (1840-1880)



Transnacionalismo y fenianismo
 1840-1880
Mariangel García Flores


Los estudiosos del transnacionalismo se dedican a analizar las formas en las que se manifiesta la creciente interacción entre el ámbito nacional e internacional a través de las fronteras estatales.[1] Este desdibujamiento de los bordes estatales es evidente en estudios de economía internacional, pero el fenómeno ha sido poco estudiado en su matiz de interacciones políticas, y más allá, se suele limitar su surgimiento al siglo XX. Esta manera de organizar el tema del transnacionalismo deja por fuera ciertos acontecimientos que nos pueden sugerir su existencia desde la primera mitad del siglo XIX, tales como las migraciones en masa a Norte América, el comercio entre naciones, una mayor facilidad para cruzar el Atlántico de este a oeste y la existencia de comunidades nacionales en el extranjero. Así, el fenianismo, como movimiento nacionalista irlandés, parece ser un caso que remite a la lógica transnacional al manifestarse en lo que Margaret Keck y Kathryn Sikkink denominan redes transnacionales de cabildeo e influencia: grupos de individuos unidos más allá de las fronteras estatales por principios y valores, trabajando internacionalmente en favor de una causa y compartiendo información y servicios entre ellos para lograrlo.[2] Lo interesante de estas redes es la capacidad que otorgan a actores no estatales –tales como los fenianos- para organizar acciones que les permiten ejercer presión sobre gobiernos o estados con mayores recursos materiales que ellos; y aunque las acciones de las redes no siempre llevan al éxito, como ocurrió en el caso feniano, la movilización de éstas permiten que la causa por la que se lucha adquiera relevancia política con mayor facilidad.

            El período de agitación feniana en Irlanda coincidió con el resurgimiento de la lucha de clases y el radicalismo político en Inglaterra. Los líderes del movimiento nacionalista irlandés se atribuían un linaje feniano y repudiaban los medios constitucionales, particularmente los parlamentarios, para obtener la liberación de Irlanda. El rechazo al constitucionalismo es la esencia pura del fenianismo, aunque no del movimiento nacionalista irlandés en general. Los fenianos declararon la lucha armada como el único medio que podía asegurar la independencia de su nación. La organización dependía enormemente del apoyo y simpatía de los migrantes irlandeses, quienes, politizados desde el extranjero, enviaban dinero, armas y hombres cuando el movimiento en Irlanda y la Gran Bretaña lo requería.[3] Más allá, los fenianos americanos intentaron invasiones de gran escala a través de los bordes internacionales de Canadá –en ese entonces colonia británica.[4]

En Irlanda, los fenianos y los irlandeses republicanos intentaron subvertir a la población católica, quienes constituían un grupo desproporcionadamente grande dentro de las fuerzas armadas británicas. Asimismo, intentaron una rebelión a gran escala en 1867 y, tras su fracaso, se involucraron brevemente en actividades guerrilleras en el suroeste de Irlanda. Considerándose revolucionarios, también atacaron objetivos estatales: invadieron Chester Castle para hacerse de sus armas, rescataron a un líder feniano de las manos de la justicia británica matando un policía en el proceso, colocaron bombas en la prisión de Clerkenwell donde las únicas bajas fueron civiles inocentes.[5] Estas acciones pronto se encargarían de crear para el fenianismo una imagen de radicalismo nacionalista que haría que la opinión pública inglesa los asociara con la violencia. En consecuencia, los fenianos comenzaron a percibirse como agentes terroristas.[6]  

            Así, el movimiento feniano de mitades del siglo XIX tenía el objetivo de apropiarse de una parte de la integridad territorial del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda, constituido así desde la ratificación del Acta de la Unión de 1801 –que implicó la anexión de la isla de Irlanda al reino de la Gran Bretaña–. Esta actitud de hostilidad de los nacionalistas irlandeses hacia el estado se alimentaba tanto de experiencias históricas como de percepciones del mandato inglés. Sobre el segundo punto, los fenianos consideraban que la dominación británica durante el siglo XIX era la causante del malestar que se vivía en el país. Se acusaba a los ingleses del desuso de la lengua irlandesa, la Gran Hambruna, el colapso de la industria tradicional.[7] Así, los irlandeses comenzaron a creer que el estado por sí solo podía determinar el destino económico de la nación, abogando de esta forma por un estado más activo. Estas expectativas coincidían asimismo con la creencia de que las políticas intervencionistas del parlamento irlandés durante el siglo XVIII –antes de la firma del Acta de la Unión– trajeron prosperidad. [8] Estas consideraciones son solo una parte de la dimensión económica del fenianismo.

            Más allá, había en Irlanda una ambivalencia hacia la violencia, la mistificación de la misma y la creencia de que ésta puede llevar al cambio político. Los jóvenes irlandeses, cuya educación recaía en las manos de clérigos nacionalistas, fueron enseñados durante años que su estado y su sociedad eran dirigidos por fuerzas externas, ilegitimas, injustas, opresivas, tiránicas. Así, líderes del movimiento nacionalista como John Mitchel y James Stephens repetían hasta el cansancio en sus publicaciones periódicas la idea de que Irlanda sólo podría independizarse con el uso de la fuerza. De esta manera, el terrorismo feniano se sustentaba en la creencia de que la violencia estaba justificada por la opresión y la humillación que partían de un resentimiento generalizado en la población católica irlandesa por la indiferencia del grupo dominante y la desigualdad.[9]

            De esta forma, comenzaron a surgir las hermandades fenianas. Se organizaban en células que permitían la absorción rápida de reclutas, pero que a su vez facilitaban la ejecución de actividades subversivas de pequeña escala, situación que más adelante sería un problema, pues permitiría acciones terroristas llevadas a cabo por las bases radicalizadas tras el debilitamiento de movimiento en la década de 1860 a causa de la incapacidad de los altos mandos de la organización de contener estas actividades, extendiéndose estas prácticas hasta bien entrada la década de 1880.[10] Así, por ejemplo está el caso de William Mackey Lomasney, quien tras participar en la breve guerrilla de Cork en 1867 explotó junto a la bomba que colocó en el ataque terrorista del 25 de enero de 1885 al London Bridge. Otro ejemplo es la Guerra de la Dinamita de la década de 1880 que, financiada por un fondo creado por el líder feniano Jeremiah O’Donovan Rossa, fue el período con la mayor cantidad de ataques terroristas liderados por miembros de organizaciones fenianas.[11] Asimismo, está el caso de John McCafferty, quien fungió como vínculo entre los fenianos-americanos y los hombres que asesinaron con particular salvajería –realizado desmembramientos con bisturís como simbolismo del “enemigo odiado” –a Thomas Burke y a Lord Frederick Cavendish en el Phoenix Park en 1882.[12] De esta forma se muestra la participación de los irlandeses-americanos en las acciones políticas ejecutadas en el Reino de la Gran Bretaña e Irlanda, funcionando a su vez como un argumento a favor de la existencia de las ya mencionadas redes transnacionales entre los participantes del movimiento nacionalista irlandés del siglo XIX.

Sin embargo, la formación de estas redes no es una sorpresa que golpea como ladrillo al despistado; su fundamento está en la afinidad de valores e ideas, las cuales se construyen mediante la historia y la acción colectiva. Así, los irlandeses que se quedaron compartían con los que migraron durante la Gran Hambruna una historia de dominación inglesa basada en el prejuicio y las diferencias étnico-culturales.  Así, los irlandeses católicos aludían a confiscaciones masivas de sus tierras –otorgadas a colonos ingleses–, prejuicios étnicos –el Acta de la Unión prometía terminar con el “barbarismo” y la “ignorancia” de los irlandeses–, enemistad sectaria y el establecimiento de una iglesia nacional protestante en un país de mayorías católicas.[13] Y aunque la libertad de pensamiento era otra de las garantías individuales de la Gran Bretaña, ésta paraba en los límites de la religiosidad. Más allá, las erupciones populares de violencia sectaria en la Gran Bretaña victoriana sugieren un latente anti-catolicismo entre las clases protestantes del país. [14]

            De esta manera la religión pasó a ser un aliado del nacionalismo irlandés. Los sacerdotes formados en Irlanda entre los inicios y la primera mitad del siglo XIX contribuyeron al esparcimiento de ideas nacionalistas entre las clases campesinas –poco educadas y muy pobres como para leer la prensa nacionalista– predicando desde el altar. El clero católico irlandés se dedicó a propagar entre el pueblo la idea de que el Reino Unido era ajeno a su identidad étnica y cultural, y por tanto su mandato sobre Irlanda era opresivo e ilegitimo.[15]   

            Por otro lado, la intervención del gobierno de Gran Bretaña y sus inversionistas no logró producir una economía robusta y diversificada. Al contrario, el crecimiento acelerado de la población irlandesa produjo grandes grupos poblacionales que no podían encontrar empleo en la tierra y que dependían de una sola fuente de alimento. Así, la Gran Hambruna de la década de 1840, donde se perdieron múltiples cosechas de papa consecutivamente, fue una prueba evidente para los fenianos de que la integración de Irlanda al Reino Unido no terminaba por traer la prosperidad prometida.[16] Más allá, la muerte a gran escala que trajo la Gran Hambruna –cerca de un millón de muertos y otros dos millones de emigrantes–, y la mala respuesta del gobierno de Londres a ésta, introdujo nuevo vigor a la causa nacionalista irlandesa.

            En 1847, siguiendo la Gran Hambruna, se fundó la Irish Confederation con el objetivo de lograr la independencia legislativa de Irlanda por la fuerza de la opinión pública, la unión de todas las clases sociales y el ejercicio de todas las influencias políticas, sociales y morales al alcance del movimiento. No obstante, el ala radical de la confederación seguía abogando por la lucha armada.[17] El gobierno de Lord John Russell respondió en 1848 con la persecución de los líderes de la confederación con el cargo de sedición e impuso la suspensión del Habeas Corpus -que permitiría el arresto de miembros del movimiento sin un juicio. [18]  Y al encontrarse los líderes de la confederación entre la decisión de huir o mostrar resistencia armada, optaron por la segunda. Sin embargo, la rebelión de 1848 fue un fracaso y, tras las represiones del estado británico que incluyeron despidos, arrestos y desmantelamientos de clubes nacionalistas, los líderes de la Irish Confederation huyeron al extranjero buscando el apoyo de la “nación en el exilio”, aquellos irlandeses que emigraron tras la Gran Hambruna y la falta de trabajo.[19]

            Lo cierto es que el nacionalismo irlandés emergió como una fuerza intrínsecamente ligada a la diáspora. La migración irlandesa a países como Canadá, Estados Unidos y Australia tuvo un ritmo descorazonador, con dos millones de irlandeses dejando su tierra tan sólo en los años de la Gran Hambruna. El trauma de la emigración, que involucra dejar a la familia, los conocidos y las costumbres fue empeorado por la incertidumbre del viaje, y aunque las estadísticas sugieren una tasa de muerte relativamente baja, hubo suficientes como para enmarcar trágicamente el período en la memoria colectiva irlandesa. Más allá, las constantes riñas étnicas entre los pasajeros de los barcos transatlánticos fortalecieron la convicción entre los irlandeses católicos de que eran distintos y poseían una identidad separada a los británicos. Los migrantes irlandeses adquirieron la reputación de cargar junto a sus maletas un amor inconmensurable por su país y un odio arraigado hacia la Gran Bretaña, lo que los hacía proclives a conspirar en contra de lo que consideraban siglos de opresión dirigidos por los británicos.[20] 

            Los migrantes irlandeses tuvieron problemas integrándose en las comunidades estadounidenses y canadienses a las que llegaron. Se les acusaba de empeorar las condiciones de vida de las colonias y casuchas en las que se instalaban junto a los nativos por criar animales sin condiciones sanitarias, creando un caldo de cultivo para las enfermedades; se les asociaba con una cultura de violencia y ebriedad; se les acusaba de bajar los salarios.[21] Estas experiencias culturales fomentaron el prejuicio hacia los irlandeses en sus nuevas comunidades, y no se hicieron esperar las prácticas discriminatorias por parte de los nativos. En consecuencia, se fomentó una conciencia de enclave entre los migrantes que impedía que pudieran adaptarse culturalmente a su nuevo país: migraban en familia, tenían ocupaciones similares, se casaban dentro de su comunidad étnica y religiosa, temían perder sus tradiciones por asociarse con personas de una cultura distinta. [22]  Este modo de vida, combinado con el rechazo de los locales, favoreció la auto-segregación de los irlandeses en el extranjero y la formación de una comunidad dentro de otra.

            La influencia de la Iglesia Católica creció en los lugares donde se instalaron los migrantes, sobre todo en Norte América. Esta expansión coincidió con el surgimiento de una iglesia más agresiva y exclusiva, aunque del otro lado del Atlántico ésta se hubiera moderado. Así, se prohibieron los matrimonios fuera de la comunidad católica irlandesa y la educación pública, dificultando aún más la asimilación cultural de los migrantes. Sacerdotes como John Joseph Lynch, de la diócesis de Toronto, y John Hughes, obispo de Nueva York, incitaron en la década de 1840 a los migrantes irlandeses a enviar ayuda económica a las asociaciones nacionalistas en Irlanda para ayudar a sus hermanos “oprimidos”. Así, en Estados Unidos las celebraciones de San Patricio coincidían con declaraciones pasionales de clérigos nacionalistas.[23] En consecuencia, la Iglesia Católica contribuyó significativamente al desarrollo del nacionalismo irlandés en el extranjero y de sus consecuentes conexiones con el movimiento en Irlanda.

            Algo similar ocurría con los migrantes irlandeses en Gran Bretaña, donde los límites del nacionalismo y la religión parecían desdibujarse. Con el apoyo de sacerdotes, periódicos nacionalistas como el Glasgow Free Press, y radicales como Ernest Jones que abogaban por una mayor independencia para Irlanda utilizando la fuerza, los católicos irlandeses que residían en Inglaterra se integraron a las filas de la Irish Confederation, provocando el florecimiento de estos clubes en múltiples centros industriales de Gran Bretaña, destacándose Manchester y Liverpool. El catolicismo era un requisito necesario para participar en estos clubes que profesaban el objetivo de lograr la independencia nacional mediante la rebelión y la violencia, ideal que ya se profesaba en la Sociedad Agraria Secreta.[24]

            Se observa así que los migrantes irlandeses en Norteamérica e Inglaterra estaban más radicalizados que las mayorías en casa. En consecuencia, los líderes radicales de la Irish Confederation se encargaron de despachar agentes hacia los Estados Unidos para recaudar fondos. Los inmigrantes de clase media en Estados Unidos enviaron decenas de miles de dólares a las bases en Dublín. Los grupos locales se integraron a la confederación, y con esa plataforma comenzaron a discutir  la invasión a Canadá en coordinación con una rebelión en Irlanda.[25] Los agentes enviados desde Dublín llegaron con la misión de reforzar el republicanismo de los irlandeses-americanos, sobre todo después de la llegada de John Mitchel a Nueva York en 1853. Las columnas que éste publicaba en el Citizen acusaban de genocidio a Gran Bretaña, y brindaban de esta manera la mejor justificación para el radicalismo nacional. James Stephen, por su parte, veterano de la rebelión fallida de 1848, se instaló en París, considerado en aquellos años el centro intelectual del nacionalismo revolucionario; con ese bagaje en mano regresó a Irlanda en 1855 y se trasladó a los Estados Unidos en 1857, donde negoció con los migrantes un flujo de hombres y dinero en caso de una rebelión. Así, el 17 de marzo de 1858 nace en Dublín la Irish Revolutionary Brotherhood. Más radicalizada que la Confederación, la hermandad buscaba no sólo mayor autonomía política, sino la total independencia de Irlanda, y sostenía que la única vía plausible era la de las armas. La hermandad consiguió establecer una cédula en los Estados Unidos dirigida por John O’Mahony conocida como la Fenian Brotherhood. Conocedor como pocos de la cultura irlandesa, O’Mahony hacía referencia a Fianna, un guerrero irlandés que defendió a su patria de la invasión.[26] Stephens, atraído por la alusión cultural, llevo el término a Irlanda, y así los miembros radicalizados del movimiento nacionalista irlandés pasaron a autodenominarse como fenianos. [27] De esta forma, para 1863 el movimiento ya contaba con un modelo de constitución y un periódico feniano; y para 1865 podían contarse 18,000 fenianos tan solo en Inglaterra y otros 70,000 en Irlanda.[28] Así, el fenianismo postulaba el derecho natural de Irlanda a ser independiente y la necesidad de usar la violencia organizada para lograrlo.

            El fenianismo contrastaba con el nacionalismo constitucional dirigido por el Arzobispo Cullen, John Martin y A.M. Sullivan, quienes buscaban una mayor autonomía utilizando medios institucionales y parlamentarios.[29] Los fenianos los calificaban de ilusos, y consideraban que restaban fuerza al movimiento nacionalista; por ello, sus reuniones eran boicoteadas por los fenianos dirigidos por O’Donovan Rossa, editor del periódico The Irish People. [30] The Irish People, desde su fundación en 1863, fue un parteaguas para la historia del fenianismo: el trabajo de ponerlo ampliamente en circulación, la correspondencia que publicaba, los contactos obtenidos, y las luchas contra los periódicos constitucionalistas respaldados por los sacerdotes, fueron todos elementos que contribuyeron al fortalecimiento de la Fenian Brotherhood en América y la Irish Revolutionary Brotherhood en casa. Es de esta forma que The Irish People se convirtió en el mejor organizador transnacional del movimiento feniano.[31]

            Sin embargo, la amistad entre Stephens y O’Mahoy no duró. El inicio en 1861 de la Guerra Civil Estadounidense dificultó el envío de fondos a Irlanda, pues los migrantes irlandeses eran dependientes de los salarios que la recesión económica disminuyó.[32] No obstante, la guerra fue beneficiosa para el movimiento feniano al largo plazo, pues permitió que decenas de miles de irlandeses-americanos obtuvieran entrenamiento militar y experiencia en el campo de batalla, y causó fricciones entre los Estados Unidos y la Gran Bretaña. [33]  Más allá, y quizás lo más importante, la Guerra Civil legitimó la idea de la violencia como una respuesta efectiva a los problemas políticos y reforzó su utilidad como un instrumento de identidad nacional, situación que se exportaría a Dublín y Londres en la década de 1880 c0n la Guerra de la Dinamita.[34]

            Así, el fin de la Guerra Civil en abril de 1865 dejó a cerca de 200,000 fenianos listos para una rebelión armada. Era de esperarse un levantamiento en Irlanda, sobre todo después de que la opinión pública inglesa asociara al fenianismo con la violencia étnica y el nacionalismo revolucionario tras la publicación en diarios ingleses de reportes alarmantes sobre el movimiento a mediados de la década de 1860.[35] El gobierno británico decidió adelantarse arrestando el 15 de septiembre de 1865 a los líderes de The Irish People, entre ellos Luby, O’Leary y Rossa. Se confiscaron documentos que el periódico decidió no divulgar, y el gobierno británico los publicó a manera de propaganda, favoreciendo indirectamente a la prensa constitucionalista, quien ahora podía representar con mayor coherencia a los fenianos como bárbaros.[36] Estos hechos causaron revuelo entre los círculos fenianos. En Estados Unidos, el liderazgo pasó de O’Mahony a manos cuestionables, y el movimiento gastó sus recursos en varios intentos fallidos de invadir Canadá. Más allá, el Coronel irlandés-americano Kelley, veterano de la Guerra Civil Estadounidense y nueva cabecilla de la hermandad en Irlanda, llamó a una rebelión armada en Inglaterra e Irlanda en 1867. El fracasó fue rotundo, y Kelley fue capturado en Manchester unos pocos meses después del levantamiento. Su rescate fue violento, y en las explosiones falleció un policía; cuatros fenianos fueron apresados, acusados de asesinato y ahorcados.[37] Los ahorcamientos incendiaron a la opinión pública, y se organizaron grandes manifestaciones para  resguardar la memoria de los “Mártires de Manchester”. El intento de rebelión fenianos de 1867 y las atrocidades cometidas por las bases desorganizadas del grupo obligaron al Gobierno de Gran Bretaña a prestar atención al problema de Irlanda.[38]

Por otro lado, el estado liberal inglés permitía que los oprimidos gozaran de un grado –aunque limitado- de libertad de expresión y asociación que no correspondía con la representación de estos grupos en el parlamento. Esto se vuelve incendiario, pues se permite la divulgación de las penas y la organización política de los oprimidos, pero no se proporcionan canales institucionales que permitan mejorar su situación, dando cabida al radicalismo. Por ejemplo, la Home Rule Bill propuesta en abril de 1885 ni siquiera pudo pasar a su segunda lectura porque, llenos de miedo y prejuicio, la mayoría de los congresistas se encargaron de vetarla.[39] Es cuando se bloquean los canales tradicionales de acción política que la frustración radicaliza a estos grupos y que la violencia extrema se vuelve la opción más viable para avanzar una causa política, como sucedió con los ataques terroristas de la Guerra de la Dinamita de O’Donovan Rossa en los años de 1880.

            Así, el movimiento feniano falló como una conspiración militar, pero no por ello no dejó resultados permanentes en la lucha por la independencia irlandesa. En primera instancia, revivió el ideal de los irlandeses como hermanos unidos, e hizo de esa idea la norma de la lucha por la liberación nacional. En segunda instancia, reveló a los ingleses la actualidad y el alcance de las aspiraciones irlandesas por una Irlanda independiente. Y en tercera instancia dejó a la vista que el Acta de la Unión de 1801 y sus pretensiones de unir a dos naciones en una fue un fracaso rotundo. No obstante, parece que el logro más grande del fenianismo fue que impregnó en la mente de los irlandeses -en Irlanda, Inglaterra, Estados Unidos y el exilio- una tradición de fidelidad a la búsqueda de independencia nacional que traspasó fronteras, en una verdadera manifestación de transnacionalismo. De esta manera, la Irish Revolutionary Brotherhood, y su rama americana, la Fenian Brotherhood, representaban a los campesinos y obtenían pleno apoyo de ellos, pero su principal fortaleza la conseguían de las ciudades y de los irlandeses en el exilio. Así, el fenianismo reluce como un caso del siglo XIX que combina imperialismo, terrorismo y transnacionalismo, temas que ocupan a los estudiosos contemporáneos de la globalización.


Referencias

Daly Mary E., “The State in Independent Ireland”, en R. English y C. Townsherd (eds.) The State: Historical and Political Dimensions, Londres, Routledge, 1999.

Jackson T. A., Ireland Her Own, Nueva York, International Publishers, 1947.

Jerkins Brian, The Fenian Problem: Insurgency and Terrorism in a Liberal State, 1858-1874, Canadá, McGill-Queen’s University Press, 2008.

Keck Margaret y Sikkink, “Redes transnacionales de cabildeo e influencia”, Foro Internacional, núm. 158, 1999, pp. 404-428.

McGee Owen, The IRB: The Irish Republican Brotherhood, from the Land League to Sinn Fein, Dublin, Four Courts Press, 2007.

Miller Kerry A., Emigrants and Exiles: Ireland and the Irish Exodus to North America, Oxford, University Press, 1985.

O’Beirne Ranelagh John, Breve Historia de Irlanda, México, Fondo de Cultura  Económica, 1989.

Wilkinson Paul, Terrorism: British Perspectives, Hanover, Dartmouth Publishing Co, 1993.




[1] Margaret Keck y Sikkink, “Redes transnacionales de cabildeo e influencia”, Foro Internacional,             núm. 158, 1999, p. 404.
[2] Ibid., pp. 404-405.
[3] Brian Jerkins, “Preface”, The Fenian Problem: Insurgency and Terrorism in a Liberal State, 1858-          1874, Canadá, McGill-Queen’s University Press, 2008, p. X.
[4] En adelante se referirá a la Norte América Británica o British North America como Canadá.
[5]   Paul Wilkinson, Terrorism: British Perspectives, Hanover, Dartmouth Publishing Co, 1993, p. 320.
[6]  Brian Jerkins, op. cit., p. XI.
[7] Mary E. Daly, “The State in Independent Ireland”, en R. English y C. Townsherd (eds.), The State:       Historical and Political Dimensions, Londres, Routledge, 1999, pp. 68-69.
[8] Ibid., p. 69.
[9] Brian Jerkins, op.cit., p. XII.
[10] Loc. cit.
[11]  Ibid., p. XIII.
[12] Ibid., p. XII.
[13] Ibid., p. 8.
[14] Ibid., p. 6.
[15] Ibid., p. 10.
[16] John O’Beirne Ranelagh, Breve Historia de Irlanda, México, Fondo de Cultura Económica, 1989,         p. 147.
[17] Brian Jerkins, op. cit., p. 11.
[18] Ibid., pp. 11-12.
[19] Ibid., p. 12.
[20] Kerry A. Miller, Emigrants and Exiles: Ireland and the Irish Exodus to North America, Oxford,              University Press, 1985, pp. 340-341.
[21] Brian Jerkins, op. cit, pp. 15-16.
[22] Kerry A. Miller, op. cit., pp. 297-299.
[23] Brian Jerkins, op. cit., p. 20.
[24] Ibid., p. 22.
[25] Ibid., p. 23.
[26] T. A. Jackson, Ireland Her Own, Nueva York, International Publishers, 1947, p. 262.
[27] Owen McGee, The IRB: The Irish Republican Brotherhood, from the Land League to Sinn Fein,               Dublin, Four Courts Press, 2007, p. 29.
[28] Brian Jerkins, op. cit., pp. 28-31
[29] T. A. Jackson, op. cit., pp. 263-264.
[30] Brian Jerkins, op. cit., p. 28.
[31] T. A. Jackson, op. cit., pp. 268-269.
[32] Ibid., p. 251.
[33] Brian Jerkins, op cit., p. 26.
[34] T. A. Jackson, op. cit., p. 267.
[35] Brian Jerkins, op. cit., p. 30.
[36] T. A. Jackson, op. cit., p. 271.
[37] Ibid., pp. 273-275.
[38] John O’Beirne Ranelagh, op. cit., p. 145.
[39] T. A. Jackson, op. cit., p. 327.

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